Wednesday, July 27, 2005

Des gens bien, quoi.
Parte I
París, 16ème. Porte d’Auteuil. Era una de esas veladas simpáticas. Música étnica, risas, humo y bastante licor. En el ambiente daba vueltas una pizca de onda bo-bo que curiosamente no me incomodaba. Alrededor se oía hablar inglés, francés, francés à la con y español con acento de alguna parte de Latinoamérica. Afortunadamente los que me habían invitado estaban allí. Si no, ¿cómo explicar mi presencia? Era la primera vez que encontraba gente así. Tanta gente así.
Aunque mi llegada pasó más bien desapercibida, creí sentir un par de miradas escrutadoras sobre mi sien. Luego de la media hora habitual de aclimatación, o quizás deba decir de aculturación, todo comenzaba a fluir de manera previsible.
En París, la cuestión de mis orígenes siempre ha servido para entre abrir la puerta. Ah, Bélgica! exclama la gente. Flamenco o Valón? Y luego la infaltable broma.
Me pregunto si el prefecto del Jura siente lo mismo. Tedio. Y luego esa sensación fastidiosamente aplastadora de estar allí y al mismo tiempo no estar. De no pertenecer al lugar, de jugar otro juego.
Al entrar me sorprendió la cantidad de gente bonita por metro cuadrado. Traté inmediatamente de localizar a las bellezas de turno, a las cuales podría admirar durante la noche. Desde un lugar discreto y a prudente distancia, claro está. Esa noche resultaba más fácil detectar a las otras, a aquellas que conozco bien. Demasiado bien.
Con mi etiqueta de extranjero bien pegada en la frente, y en consecuencia, catalogado como no peligroso por ajeno a los códigos de competición del lugar, iba por ahí y por allá cruzando palabras y oyendo frases hechas. Estaba en eso cuando apareció Isa, Isadora para ser exacto.
Nos presentó una amiga hondureña que salía con el dueño de casa. Sin que se lo preguntase me explicó que llevaba ese nombre en honor a una escultora venezolana que sus padres habían conocido a fines de los setenta. Gracias a ella, la adaptación había sido menos difícil y los lazos con el lugar se habían perennizado.
Mientras le escuchaba me percaté de que bastaron tan solo 27 nanosegundos frente a ella para saber que era demasiado tarde.
Me conmovió su perfecto dominio de sí y de su sonrisa. También me gustó un ligero desfase de rapidez entre sus párpados (puede que a esas alturas ya estuviera alucinando). Pero por sobretodo me cautivó su acento.
Sus años en América latina habían dejado una clara huella en su español.
A mí me había llevado años de aburrimiento en la escuela y algunos meses de viaje por varios países para llegar a pronunciar ferrocarril sin tragarme la lengua. Para ella eso parecía tan natural como respirar o saberse deseada. A pesar de ello, tenía algo extraño, algo que no entraba en mi catálogo de arquetipos parisinos. Tal vez el contacto con el más allá de la línea del Ecuador marcara también su carácter. Me pareció que carecía de la condescendiente arrogancia parisina.
Comenzamos a hablar de Latinoamérica, sobre lugares diversos. De las latas de coca cola cubriendo el piso de las iglesias de Chiapas, de los guías de Machu pichu y sus teorías descabelladas sobre ovnis y experimentos genéticos, de los viajes sobre el techo de los buses en Ecuador.
Como se trataba de la primera vez que hablábamos creo que ambos nos sentimos un poco obligados a tocar temas menos superfluos. Cuestión de demostrar que no sólo nos habíamos quedado con anécdotas simpáticas y que nos interesamos a la vida local.
- ¿Sabes una cosa? lanzó con una soltura que yo creía reservada a las personas que se conocen desde hace mucho.
- ¿Mmm? Hay una cosa que me entristece de América latina. Su incapacidad de salir adelante. ¿Crees que se debe a un problema estructural o a la influencia de Estados Unidos?
- Eeehh. Bueno, en realidad sólo estuve unos meses.
Recordé haber tenido una conversación similar con una chica, esta vez Bolivia, y como no se me ocurrió nada nuevo, repetí.
- Creo que se trata de una mezcla entre ambas cosas. Dije con la seguridad de un primer día de escuela.
- Tal vez tengas razón, dijo sonriendo. Lástima que ya no se pueda vivir allá. Fueron los mejores años de mi vida.
A estas alturas no sabía por qué ella insistía en hablar en español. Nuestra interlocutora se había ido a buscar más alcohol y por suerte no había vuelto. No es que me molestara su acento, al contrario me derretía completamente. Pero no me dejaba ordenar las ideas. Durante un silencio incómodo pensé en lo curioso que me resultaba oírla decir “fueron los mejores años de mi vida”. Si ni siquiera tenía treinta.
Iba a tratar de reivindicar mi lamentable performance haciendo un comentario esperanzador sobre el comercio con equidad o la necesidad de crear sociedad civil, pero me interrumpí. Habría sido aún peor.
En medio de la agonía, una manija invisible de mi malsano subconsciente se activó. Me pregunté si no estaría frente de una de esas tantas europeas que, no desprovistas del todo de conciencia social, y sintiéndose culpables a morir por su riqueza, tratan de equilibrar la desigualdad del mundo acostándose con tipos de países pobres. Admito que lo pensé, aunque sea horrible. Tal vez porque me hubiera gustado que lo hiciera conmigo y no con ellos. O quizás tan solo porque me gustaba demasiado y quería reducir mi asfixiante atracción por ella niveles soportables.
Lamentablemente el fin de mis lucubraciones llegó rápido. De la nada se nos acercó un tipo y se nos quedó mirando.No se trataba de una equivocación. Él estaba efectivamente marcando su territorio. Hice un intento por ignorarlo, pero Isa rápidamente nos presentó, esta vez en francés.- - Este es mi novio Philippe. Y él es Marcel.
- Encantado, contesté fingiendo una sonrisa. A la vez que observaba como nuestro lazo lingüístico se cortaba ineluctablemente.
En ese momento comencé a extrañar el español.



Gente bien, cachai ?

Parte I

Paris, 16ème. Porte d'Auteuil. C’était une de ces veillées sympathiques. Musique ethnique, rires, fumée et assez de liqueur. Dans l'atmosphère donnait des retours une pincée d'onde Bo-Bo qui ne me dérangeait curieusement pas. Tout autour j’écoutais parler de l’anglais, du français, du français à la con et de l’espagnol avec un accent de quelque part en Amérique latine.
Heureusement ceux qui m'avaient invité étaient là. Sinon, comment expliquer ma présence? C'était la première fois que je rencontrais des gens comme ça. Une telle quantité au moins.
Bien que mon arrivée soit passée plutôt inaperçue, j'ai cru sentir une paire de regards scrutateurs fixées sur mon tempe.
Après une demi heure d’habituelle acclimatation (ou dois-je dire d'acculturation ?), tout commençait à couler de manière prévisible. À Paris, la question de mes origines a toujours servi à entrouvrir la porte. Ah, la Belgique ! s’exclament les gens. Flamand ou Wallon ? Et ensuite l’immanquable plaisanterie.
Je me demande si le préfet du Jura consigne la même chose. De l’écœurement. Et ensuite cette sensation fastidieusement écrasante d'être là et en même temps de ne pas y être. De ne pas appartenir au lieu, de jouer un autre jeu.
En entrant ce qui m’a surpris, c’est la quantité de gens beaux par mètre carré. Immédiatement j'ai essayé de localiser les beautés du jour. Question de les admirer pendant la soirée depuis un lieu discret et à distance prudente, évidemment. Cette nuit là s'avérait plus facile de détecter les autres, celles que je connais bien. Trop bien.
Avec mon étiquette d'étranger bien collée sur le front, et par conséquent, catalogué comme non dangereux par ce qu’étranger aux codes de compétition locaux, j’allais par là et là en croisant des mots et en écoutant des phrases faites. Je faisais ça quand est apparu Isa. Isadora pour être exact.
Nous avons été présentés par une ami hondurienne qui sortait avec le propriétaire de la maison. Sans que je le lui aie demandé, elle m’expliqua que son nom était en honneur à une sculpteur vénézuélienne que ses parents avaient connu à la fin des années soixante-dix. Grâce à elle, l'adaptation fut moins difficile et les liens avec le lieu sont devenus pérennes. Pendant que je l’écoutais, je me suis aperçu que seulement 27 nanosecondes face à elle ont suffi pour savoir qu'il était déjà trop tard.
Tout d’abord sa parfaite maîtrise de soi et de son sourire m’a époustouflé. J'ai aussi bien aimé un léger déphasage de mouvement entre ses paupières (peut-être à ces hauteurs j’hallucinais déjà). Mais tout particulièrement j’ai repéré son accent.
Ses années en Amérique latine avaient laissé une trace claire. Il m’avait fallu des années d'ennui à l'école et quelques mois de voyage par plusieurs pays pour arriver à prononcer ferrocarril sans avaler ma langue. Pour elle cela paraissait tellement naturel comme respirer ou se savoir désirée. Malgré cela, il y avait quelque chose que ne collait pas, quelque chose qui ne rentrait pas dans mon catalogue d’archétypes parisiens.
Possiblement le contact avec l’au-delà de la ligne de l'Équateur marqua aussi son caractère. Il lui manquait la condescendante arrogance parisienne.
Nous avons commencé à parler sur l'Amérique latine, sur des lieux divers. Sur les boîtes du coca-cola couvrant le sol des églises à Chiapas, sur les guides à Machu-Pichu et leurs théories insensées sur les ovnis et des essais génétiques, et puis sur les voyages sur le toit des buses en Équateur.
Comme il s'agissait de la première fois que nous parlions, je crois que tous les deux nous sommes sentis un peu obligés de toucher des sujets moins superflus. Question de montrer que notre souvenir ne se limitait pas à des anecdotes sympathiques, et que nous nous intéressions aussi à la vie locale.
- Sais-tu une chose ? lança-t-elle avec une aisance que je croyais réservée aux personnes qui se connaissent depuis longtemps.
- Mmm ?
- Il y a une chose sur l'Amérique latine qui m'attriste. Son incapacité de s’en sortir. Crois-tu que cela soit du à un problème structurel ou à l'influence des États Unis?
- Eeehh. Bon, en réalité j' y ai seulement séjourné quelques mois.
Je me suis vite souvenu d’une conversation à ce sujet avec une autre fille, cette fois en Bolivie. Et comme rien de nouveau est sorti de mon cerveau, je répétai.
- Je crois qu'il s'agit d'un mélange entre les deux choses. Je l’ai dit avec l’assurance d'un premier jour d'école.
- Peut-être as tu raison, a-t-elle dit tout en souriant. Dommage qu’il n’est plus possible d’y habiter. Ceux là furent les meilleures années de ma vie.
À ce point là, je ne savais pas pourquoi elle insistait à parler en Espagnol. Notre interlocutrice était partie chercher plus d'alcool et heureusement n'était pas retournée. Son accent ne me tracassait pas, au contraire il me faisait fondre complètement. Mais au même temps, il ne me permettait pas d’ordonner mes idées. Pendant un silence inconfortable, j'ai pensé à quel point il me semblait bizarre de l'entendre dire "furent les meilleures années de ma vie". Après tout, elle n’avait même pas trente ans.
J’allais essayer de rattraper ma regrettable performance en faisant un commentaire d’espoir sur le commerce équitable ou sur la nécessité de développer la société civile, mais je me suis interrompu. C’aurait été encore plus lamentable.
Au milieu de mon agonie, une poignée invisible de mon subconscient malsain fut activée. Je me suis demandé si je n’étais pas face à l'une des ces Européennes qui, bien qu’elles ne soient pas totalement dépourvues de conscience sociale, et qu’elles se sentent coupables à mourir par leur richesse, essayent d'équilibrer l'inégalité du monde en couchant avec des types de pays pauvres. J’admets que l'ai pensé, bien que ce soit affreux. J’ai pu le faire parce que j'aurais aimé qu’elle le fasse avec moi et non avec eux. Ou peut-être tout simplement parce que je l'aimais trop et je voulais faire tomber mon asphyxiante attirance à des niveaux supportables.

La fin de mes réflexions arriva regrettablement vite. Du néant, un type s’est approché de nous et il est resté, surveillant. Il ne s'agissait pas d'une erreur. Il marquait effectivement son territoire. J'ai fait une tentative pour l'ignorer, mais Isa nous a rapidement présentés, cette fois-ci, en français.
- Il est mon fiancé Philippe. Et lui, c’est Marcel.
- Enchanté, j'ai balbutié en feignant un sourire. En même temps que j’observai comment notre lien linguistique était inéluctablement coupé. A ce moment là, parler en espagnol commençait à me manquer.

13 comments:

Clo said...

Amigo, no me gustó la descripcion de la chica que describes y me quedó la amarga sensación de la tipica chica que considera que AméricaLatina es México y los otros paises el campo de experimentos de los gringos.

Creo que la conversación fue mas bien de conquista y con la mala cue.. que no estaba sola.

C

Anonymous said...

BRAVO seok4, magnifico final, "pas mal" como relato de iniciacion a los relatos, este cuento "me dit quelque chose"...

Bien à toi,

BACS75015

Anonymous said...

¿¿¿cuento???

Mencha said...

Seguramente es una experiencia de la vida real....jaja
Keep going!!!

Seok4 said...

Nop Ma Chère Mencha, c'est pas du vecu, tu m'imagines en train de penser des méchancetés pareilles d'une fille?

Anonymous said...

Baronclo, Chile no es el campo de experimentos más consumado de lso gringos??

Clo said...

Si lo vemos desde el punto de vista apertura comercial y de relaciones diplomaticas. Chile es mas español que de USA. Incluso siempre bromeamos con decir que España ahora está en proceso de reconquista.
Solo cuenta los bancos, telecomunicaciones, concesionarias de carreteras, puentes y autopistas.

Considero que Chile si puede vivir SIN Estados Unidos. Pero Chile está más interesado en paises como China, Korea, Tailandia.

Aqui lo unico que se escucha de EEUU es que hay una embajada que parece bunker.

C

Anonymous said...

Mentira, no he conocido más agringados que los chilenos, carajo!

Clo said...

Estimado Anonymous, creo que conoces a la gente equivocada y probablemente tengas un prejuicio. Manteniendo las diferencias evidentes entre las personas y nacionalidades; cada uno puede creer lo que quiera. Pero jamás trates de mentiroso a alguien por expresar una opinión con fundamento.

Seok4 said...
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Anonymous said...

Típica ARROGANCIA chilena. Epa, chilenitos, son bárbaros...

Ymode said...

que amargado el anonimous ese!!... seguro que es argentino!!!

AKAHANGA said...

genial el "relato veridico" me paso lo mismo pero en providencia... en una fiesta de astronomos del VLT..estaba andree con su corte francesito
"onda amelie" y su largo cuello... si los astronomos viajan con sus esposas....