Saturday, September 17, 2005


*.tmp
“Si no hago algo radical con mi vida me mato”, se dijo Andrea al tiempo que despertaba.
Esa mañana se suponía que debía festejar su cumpleaños número 29.
No estaba de ánimo.
La noche anterior desconectó el teléfono y por ningún motivo consultaría sus e-mail sino hasta por lo menos dentro de una semana.
Miró en el velador el frasco de prozac que su madre le entregó la última vez que almorzaron. Idea de demostrar preocupación por lo que ella consideraba simplemente un ligero episodio depresivo y una fuerte dosis de inadaptación. Al tiempo que estiraba su mano, Andrea pensó en la posibilidad de terminar como su adaptada madre y olvidó el asunto. De todas formas, no tomar las pastillas sería una buena manera de joder a su vieja.
Respecto a la depresión, se preguntaba el por qué de tanto drama. Después de todo, en este planeta quien no es completamente imbécil y tiene además la mala suerte de contar con un mínimo de sensibilidad, no puede sino deprimirse. Era el caso de una gran parte de la gente que conocía.
La mayoría de sus amigas ahogaban su desazón en el consumo; algunas en consumo + prozac; y otras en consumo + prozac + alcohol. El sexo, curiosamente, no figuraba dentro de la ecuación.
Todas procedentes de un medio conservador castratólico, seguían creyendo que el sexo era para procrear (al menos por el momento). Lo anterior desembocaba en un impúdico número de niños que tornaba el contacto con sus antiguas amistades cada vez más difícil.
29 años y sola, lo cual realmente quería decir “sin marido”. A ojos de sus amigas más que una excentricidad tal cosa era una señal de alarma.
En resumen, tanto para su familia como para sus amistades, Andrea era un caso perdido de inadaptación.
Pensó en la posibilidad de escuchar durante todo el día los buenos deseos del tipo “espero que este año sí que no lo pierdas” y “vente a tomar té un día de estos que te voy a presentar a fulanito socio de mi marido, que es regio y buen partido”. La idea no sólo la descorazonaba sino que la sumía en el más profundo de los tedios. Andrea se preguntaba si no se trataría en realidad de una tentativa de asesinato de lo que sus amigas en el fondo envidiaban: su libertad. Aunque no hacía gran cosa con ella, era algo que la diferenciaba de su círculo. Eso, y otra cosa, su gusto por el sexo.
Andrea consideraba su líbido como equivalente al de un hombre. Al de un hombre normal, eso sí. No como los maridos de sus amigas, pensó no sin una buena dosis de sarcasmo.
Por éstos últimos sentía una especial aversión. Todos parecían clones. El mismo acento afectado, los mismos pantalones Dockers, las mismas camisas Polo. Uniforme de huevón.
En el fondo todos eran unos degenerados, pero incluso en el plano sexual resultaban grises. Las perversiones a las cuales se lanzaban una y otra vez con putas, secretarias y en algunos casos entre ellos, eran en el fondo banales. Varios le habían hecho propuestas. Con un poco de asco siempre respondía de la misma manera, “No gracias, tu esposa me dijo que eras pésimo en la cama”.
Si sus amigas supieran, pensaba. En todo caso si ellas no querían ver no era su problema y a fin de cuentas, tarde o temprano, también ellas se lanzarían a sus propias perversiones. Esta vez con el profesor de yoga, sus psiquiatras, y por qué no también, entre ellas.
¿Qué hacer durante todo el día?
Pensó en arrendar 10 películas y verlas todas de una vez. ¿Irse a la playa a leer? ¿Chatear?
No, lo que necesitaba era otra cosa. Todo eso implicaba meter información en su cabeza. Ese día precisaba lo contrario, borrar. Limpiar su disco duro de todos los archivos temporales que le habían dejado los últimos años.
Se le vinieron a la cabeza sus noviazgos, trabajos, quiebres, secretos familiares, análisis lacanianos y amantes casuales. Se imaginaba con horror la posibilidad de que por cada mala película, noticiero, blog nulo, orgasmo fallido o lugar común que había oído de alguien en su entorno durante los últimos años, quedaran 10 kb almacenados en su cerebro. A estas alturas, calculó con angustia, debería tener por los menos 50 gigas de basura en su cabeza.
Pensó en su infancia. Buscaba algo que le agradaba hacer cuando pequeña. Recordó tardes infinitas jugando fútbol con sus tres hermanos y las peleas de “hombre a hombre” por el control del ATARI.
Necesitaba hablar con un amigo.
Tal vez ahí estuviera el origen de su inadaptación, se preguntó. Quizás el contacto con los hombres desde temprana edad la había hecho conocerlos demasiado bien como para tomarlos en serio, y menos aún para pensar en casarse con uno de ellos. En cualquier caso, lo que sí era seguro es que la había dotado de un pragmatismo que suele escasear en la mentalidad femenina. Entre mujeres todo es complicado, pensó. Entre hombres es diferente, las cosas se arreglan con una buena pelea de vez en cuando, luego te das la mano y se acaba el problema. En su círculo de amigas, las rencillas se tornaban eternas y una afrenta podía tener consecuencias durante décadas.
Tomó el teléfono y llamó a Larry. Andrea lo conoció en la facultad. Su nombre verdadero evidentemente no era Larry, pero lo llamaban así por un personaje de una serie de TV de los 80 que era mujeriego y vividor. Larry se hacía llamar a sí mismo “el último gran machista”. A ojos de cualquier feminista, a las que él llamaba “vaginas beligerantes”, Larry resultaba un cerdo. Esto último no obstaba sin embargo, a que dentro de su prontuario amoroso figuraran unas cuantas orgullosas y autoproclamadas reivindicadoras de "lo femenino".*
- ¿Alo?- Larry, soy yo Andrea.
- Son las 10 de la mañana. Sólo un masaje japonés y/o una tarde se sexo pueden disculparte.
- Hoy es mi cumpleaños.
- Ok. Olvidemos el masaje japonés.
- Necesito hacer algo, no me siento bien y esto de cumplir 29 me esta matando. ¿Qué vas a hacer hoy?
- Por el momento irme a la playa contigo, tomar cerveza y fumar un par de porros. El resto improvisamos.
- Larry te adoro. Te paso a buscar a las 12.
Larry subió al auto con su aspecto descuidado habitual. Tenía algo de encantador aunque no sabía bien qué. Pero lo más importante era que siempre se podía contar con él.
- Te desearé feliz cumpleaños en su momento, le advirtió al tiempo que Andrea ponía en marcha el auto. Por ahora reexplícame tu problema.
Andrea resumió el asunto y terminaron ambos riendo con la metáfora de los archivos temporales.
- Lo que pasa es que estás con el síndrome de la mujer mayor de 28 años.
- ¿Cuál es ese?
- Demasiadas historias en el cuerpo. Varios novios, algún quasi-matricidio, reloj biológico, etc. Un amigo mío tiene una teoría al respecto. Para él las mujeres – espero que esto no te moleste, se interrumpió - son como los autos. Y cada novio o amante es como si le pasara una llave por la pintura. Después de un cierto número, evidentemente el auto comienza a arruinarse.
- Tú y tus amigos machistas... Son de lo peor! Por eso están solos.
- Bueno, tú también estás sola, ¿ acaso eres de lo peor?
- Obvio, por algo somos amigos no? contestó Andrea riendo.
- Yo tengo mi propia teoría al respecto: la sola manera de limpiar completamente el cerebro de una mujer es recurriendo al efecto terapéutico de la sodomía, dijo con aire grave y reprimiendo una sonrisa.
- ¿Quééé?
- Eso, el efecto terapéutico de la sodomía. Es más, toda mujer mayor de 28 años debería, por sanidad mental, hacerse sodomizar regularmente. Cuestión de limpiar su disco duro. En términos mecánicos, poner el cuenta kilómetros en cero.
- Estás absolutamente chiflado. O sea que lo que me hace falta es hacer eso. Esta mañana pensé en algo radical, pero no TAN radical, dijo Andrea riendo.
- Es remedio seguro. Quedan como nuevas.
- Admito que no lo he hecho nunca. ¿Y cuál es el efecto para el tipo?
- En realidad no cambia gran cosa, pero si bien no modifica la perspectiva al menos te obliga a recalcular el ángulo.
Ambos reían tontamente.
- Detén el auto, pidió Larry de improviso.
- ¿Vamos a hacerlo aquí en medio del camino?, preguntó entre risas Andrea.
- No, ven conmigo. Juntos atravesaron una cerca y caminaron hasta unos árboles en flor. Era primavera, y todo el camino estaba lleno de campos de árboles frutales. Debajo de un manzano, Larry le pidió cerrar los ojos. Cuando Andrea los abrió a su alrededor caían cientos de pétalos blancos al tiempo que Larry agitaba las ramas.
- Feliz Cumpleaños, dijo.
Fue su segundo despertar del día y se preguntó cómo era posible tal contraste en ese hombre. Era el mismo contraste que sentía dentro de ella. Entre aquel momento y cuando despertó esa mañana.
Los *.tmp comenzaban a desaparecer.
* Concepto filosoficamente indeterminado que engloba desde la necesidad de sentirse protegidas al derecho inalienable de reventarle la tarjeta de crédito al marido, just for the thrill of it (o por despecho).

7 comments:

Clo said...

Interesante receta.
Buenas sorpresa.

;-)

Anonymous said...

Interesante recta...

Ymode said...

mmm.... eso quiere decir que... ¿entiendes a las mujeres?

Anonymous said...

Tuve un amigo Larry. Disociado como pocos, dividido entre sus corrientes de crítica sólo por no saber en definitiva que esperaba de las mujeres, asustado de su independencia, ahogado por su dependencia, estimulado por su pacatería, excitado por su calentura, en fin...
Por eso es uno de los hombres que más he querido en mi vida, y uno de los pocos con quien jamás tendría una relación. Porque es mejor tenerlo como amigo y ser su amiga, saber que siempre nos tendremos aún a océanos de distancia y que yo podré cocinar sus croquetas de atún para sentirse regaloneado y él podrá apagar luces y motor del auto en un camino rural para hacerme creer que vuelo.
Él siempre huirá de las mujeres con alguna razón que parecerá lógica. Yo siempre pretenderé encontrar mi femineidad en estructuras que no me calcen del todo. Pero siempre nos tendremos. Por los siglos de los siglos, amén.

Anonymous said...

En un refinado lenguaje digital se encierra una trama tipo documental para cine sobre la vida de una mujer que en el fondo se parece mucho a su amigo Larry. Solos, independientes, "todo-terreno", aventureros, seguramente vestidos con cualquier cosa menos con el "look de huevon", que por cierto no es exclusivo del himbre o de la mujer casado o casada (esos comportamientos vestimentarios se aprenden desde antes y francamente creo que lucir la pinta basica de huevon, sin marcas de lujo, es todo un ejercicio de resistencia - y no de reaccion como antes lo implicaba - en nuestros dias tan post-modernos donde quien se viste sin ningun toque especial es apenas un simple ser normal, de la masa, un huevon mas).

Andrea y Larry son los iconoclastas sociales de siempre. Incomprendidos, odiados, amados, deseados, envidiados y constantemente solos a voluntad. Creo que les cuesta entregarse a alguien y a algo (ignoro las razones), pues por encima de ellos no hay nada ni nadie mas. De ahi que no encuentren nunca una sola y unica pareja. Todos los demas son imperfectos, me llenan de ".tmp's" y estan perdidos porque han perdido su libertad. Claro, la libertad de Andrea y Larry que les permite tomar solos sus propias decisiones y hacer lo que les venga en gana (con su vida, con sus amigos, con sus amantes, con sus amores, con su familia, con su trabajo, con su trasero...).

Anonymous said...

Tanta libertad para que?
Nos complica mas la vida....
el problema de la libertad no es tenerla es saber usarla. Por eso nos deprimimos casi todos los mortales y no hay Prozac que sirva.

Anonymous said...

I recognize you in the story, you've got potential. Write more, keep at it.